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Apartheid escolar: una escuela para cada "situación"

Publicado: 2011-08-22

Aquella joven profesional siempre soñó con poner a su hijito mayor en el colegio “XX”, bilingüe y exclusivo. Pero cuando supo que la  “cuota de ingreso” equivalía a 4 sueldos y la pensión mensual a la mitad de sus ingresos, optó por matricularlo en el colegio “YY”, con pagos más acordes a su situación económica. Su compañera de oficina tenía el mismo sueño y no se dio por vencida; decidió pedir ayuda a sus suegros, trabajar horas extras y endeudarse para pagar el colegio “XX” para su hija. La presentó al examen de ingreso, pero se la rechazaron por no alcanzar el puntaje mínimo en inglés; todos culparon al nido, aunque la mamá sabía que allí su niña había sido muy feliz. Finalmente, también optó por matricularla en el colegio “YY”, en verdad más acorde con su situación económica familiar. Así que, vale como consuelo, el niño y la niña irán juntos al primer grado, serán compañeros de promoción y amigos para toda la vida.

En un mundo paralelo, la señora comerciante siempre quiso que su niño estudiara en el colegio “AA”, una institución educativa modelo que queda cerca de la pista, en la parte más urbanizada del asentamiento humano. Es un colegio gratuito dirigido por una monja, ordenado y limpio, con profesores que llegan temprano y tratan bien a los alumnos; además tiene talleres con opciones laborales para los de secundaria y siempre recibe donaciones. Cuando fue a inscribir a su hijo le dijeron que debía firmar un compromiso y participar en faenas en la escuela algunos domingos, justo los días que más vende en su puestito del mercado; las otras opciones eran contribuir con materiales de construcción o pagar una cuota mensual para la implementación de las aulas. Como no le alcanzaba y ya se acercaba el inicio del año escolar, ella recordó que su amiga y vecina –la ambulante vendedora de choclos por unidad en la feria del barrio- le había contado que inscribió a su hija en la escuela estatal “BB”, que se veía pobre y deficiente pero estaba más cerca de las casas de ambas y de su situación económica y laboral; sin más demora fue y matriculó a su hijo en esta escuela. Lo bueno, le había dicho la vecina, es que sus hijos estarían juntos en el primer grado y serían compañeros de promoción y amigos para toda la vida.

Y en un barrio tradicional de nuestra ciudad capital, aquel docente universitario pensó desde el comienzo que lo coherente con sus ideas igualitarias era que su pequeña hija asistiera, como la mayoría de los niños y niñas peruanos, a una institución educativa del estado; por eso, cuando cumplió cinco años la matriculó en la Gran Unidad Escolar “NN” de su distrito. El primer año tuvo una profesora amable y esforzada y su niña estuvo contenta, excepto por los apodos tipo “blanquita” y “pituca” que le endilgaron unos graciosos compañeritos. Pero en el segundo año le tocó un profesor gritón y amargo que sólo mandaba hacer planas y a la tercera semana de angustia y llantos matutinos la niña declaró que nunca más iría a la escuela. Entonces fue cuando un colega de la facultad le recomendó el pequeño colegio alternativo “MM”, con docentes comprometidos y cariñosos y un enfoque educativo más cercano a sus ideas progresistas. El local era pequeño, aunque acogedor, y el precio era adecuado para la situación económica de su familia. Como el año escolar avanzaba, matriculó a su hijita pensando que superaría la fobia y que sería compañera de promoción y amiga para siempre del hijo de su colega y de otros niños cuyos padres –de clase media- compartían su visión de la educación y de la sociedad.

Los casos descritos en los párrafos anteriores son sólo pinceladas del paisaje de segregación o apartheid escolar que prevalece en el Perú. Se refieren únicamente al momento en que las familias eligen el colegio para sus hijos e hijas y en que los colegios, cuando pueden, seleccionan a sus alumnos; pero la segregación también está presente en muchos otros momentos y procesos en la dinámica de funcionamiento del sistema escolar. ¿Son éstos unos mecanismos naturales e inevitables de selección de los seres humanos, como diría Darwin de la evolución de las especies? ¿O son el resultado de políticas, leyes, normas, incentivos, criterios de regulación y otras decisiones tomadas por gobernantes, legisladores y funcionarios peruanos a lo largo de los años? Si bien la respuesta parece obvia, no está demás decir que la existencia en otros países de sistemas escolares públicos integrados, equitativos y de calidad demuestra que las características de la educación peruana no son propias de un “orden natural”.

Y usted, estimado lector o lectora, ¿puede imaginar el Perú del futuro con un sistema escolar sin colegios segregados y desiguales como “XX”, “YY”, “AA”, “BB”, “NN” o “MM”? ¿Un sistema en el que niños y niñas asistirán a centros educativos iguales en calidad, integradores y ricos por la variedad de culturas, etnias, clases sociales, religiones o ideologías presentes, donde todos y todas aprendan a convivir juntos valorando esa diversidad y se desarrollen como personas y ciudadanos plenos? Estoy seguro que usted y yo podemos imaginarlo y queremos construirlo. Podemos hacerlo gradualmente, en un plazo mediano que comienza hoy, con políticas educativas y económicas que respondan al espíritu y la letra del Proyecto Educativo Nacional, del Plan de Educación para Todos, de la Ley General de Educación, del Acuerdo Nacional y otros tantos documentos oficiales de política de Estado que vislumbran un país democrático, equitativo, desarrollado y sostenible. Ese es el reto de la gran transformación.


Escrito por

Manuel Bello

A los 68 sigo creyendo en la educación para forjar equidad y vida buena, disfrute de la diversidad y superación de desigualdades injustas.


Publicado en

TODOS JUNTOS

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